Me gustó bastante el libro y lo suelo recomendar en nueve de cada diez conversaciones sobre la lengua española.
NOTA: A los posibles alumnos descarrilados que anden por la web en busca de información para un posible trabajo sobre el mismo libro les diré que toda copia parcial o total de la información aquí presente se consideraría plagio, y si están dispuestos a ello les aconsejo que dejen de cursar estudios universitarios. Si desea citar el contenido no olvide añadirlo a la bibliografía.
Defensa
apasionada del idioma español. Álex Grijelmo. Madrid. Editorial Taurus. 1998.
289 pp.
El
presente libro fue escrito por Álex Grijelmo, escritor y periodista licenciado
en Ciencias de la Información y Máster Oficial en Periodismo por la Universidad
Complutense, de Madrid. Titulado en dirección de empresas (PADE) por el IESE.
Ha recibido varios premios por su obra periodística y a día de hoy podemos
seguir leyendo sus artículos en el diario El País (http://elpais.com/autor/alex_grijelmo/a/).
Del autor
de obras como La seducción de palabras (Taurus,
2001), El genio del idioma (Ed. Taurus,
2004), o la más reciente La información
del silencio (Ed. Taurus, 2012) entre otras obras, nos llega esta elaborada
crítica sobre la más fehaciente realidad de la lengua española, compartida por
más de cuatrocientos millones de personas repartidas en los cinco continentes.
Reflejando
un estilo muy cuidado, a veces simbólico y alejándose lo más posible de la
controversia pero sin dejar de ser duramente crítico con los medios de
comunicación e incluso con el sistema de gobierno y educativo, Álex Grijelmo
hace uso del sarcasmo y de la retórica para hacer reflexionar al lector, y sin
duda alguna lo consigue.
Citando
al propio autor “Quién no comprende la
estructura del lenguaje, la más sencilla de todas las estructuras posibles,
difícilmente aprehenderá cualquier otra lógica de comunicación; y quién no
repara en cómo dice las ideas olvidará incluso las ideas mismas”(Capítulo I, p. 10, párrafo 5 1-5).
Y ahora
pensamos ¿Acaso no comprendemos la estructura del lenguaje? ¿Nos están
bombardeando los medios de comunicación con palabras que nos desvían de una
comunicación eficaz? Tras leer el libro
podremos hacer una valoración individual que nos llevará a la propia reflexión
e incrementará nuestra “curiosidad” por el lenguaje y por el uso de éste.
Pasamos
a analizar más a fondo la obra.
Como
asegura Álex Grijelmo, hoy en día no se cuida la ortografía (como critica en el
primer capítulo) pero sí queremos cuidar nuestra imagen sin darnos cuenta de que
a veces el uso de la palabra puede valer más que ir bien trajeado, pues la
incultura léxica no es hoy en día motivo de ridículo, pues ya nadie cuida la
ortografía, y a mi juicio lleva razón, pues quedamos pocos a quienes nos
interesa mejorar nuestra ortografía y retórica, materias poco inculcadas (Cita Álex Grijelmo que sólo 5 de cada 100 estudiantes de dieciséis años
comprende la lógica de los acentos e incluso estas estadísticas salpican a
algunos profesores), o al
menos no lo suficiente, en la educación básica de todo ciudadano. Y encontramos
“señales de desprecio a nuestro idioma”, como las llama el autor, por todas
partes: en carreteras, aviones, paquetes de tabaco, manuales de instrucciones
(criticados duramente por el autor), y en el peor de todos los sitios, en los
Boletines oficiales del Estado. Éstos están llenos de frases incomprensibles
que nos llevan a pensar que realmente el Estado no desea que el pueblo los
comprenda, pues Álex Grijelmo duda de que tan siquiera el mismo Estado esté
usando las reglas básicas de la gramática española y da como resultado un
lenguaje que no se tiene en pie. Yo misma he sufrido de esta barbaridad al
recibir notificaciones de becas y ayudas del Estado, las cuales sigo sin
entender del todo.
La
invasión de los extranjerismos es otro tema preocupante para nuestro defensor
de la lengua española, pues cada día notamos más la presencia de palabras de
origen extranjero en nuestra vida cotidiana, y lleva razón, aunque discrepo en
su idea de que esto sea una “invasión” pues en mi opinión enriquece aún más el
lenguaje y abre fronteras hacia un mejor entendimiento entre culturas. Así
desde pequeños hay palabras que aprendemos en un idioma extranjero y la
familiaridad con éstas nos ayuda a la hora de aprender un idioma. No considero
que decir “PC” en lugar de ordenador sea un “insulto a mi propio idioma” ni que
decir “patinaje” sea más adecuado que decir “skate”. En mi opinión donde antes había una palabra ahora hay dos,
y las dos igual de comprensibles para una persona que medianamente sepa o le
interesen los idiomas. Por tanto, citando al propio autor “El lenguaje constituye también un instrumento de poder” (Capítulo I, p.19, párrafo 1, 10-11), pues para
mí, quién lo domine más y mejor tendrá un mayor “poder”.
El problema está en que conocer las otras lenguas no
interesa a todo el mundo, y aquí es dónde coincido plenamente con el autor de
la obra, pues en el ámbito cinematográfico encontramos numerosas faltas de
ortografía y especialmente en los subtítulos (que la mayoría de veces no son
fieles al diálogo original). Por ejemplo, en la serie de la Fox The Simpsons (Los Simpsons) encontramos
traducciones completamente distintas de las canciones, que aun teniendo un
nivel de inglés equiparable al nivel de bachillerato están plagadas de errores.
Otro ejemplo son los títulos de las películas, por ejemplo título del
largometraje The Eternal Sunshine of a
Spotless Mind de Michel Gondry fue traducido como Olvídate de mí , para mí esto sí es un insulto.
El desprestigio por el cuidado del lenguaje y de la
forma es algo que hoy en día es considerado “de cursis”, dice el autor, y bien
es cierto, pues en ciertos pueblos de la “España profunda” vemos un total
desprecio por el idioma español, reflejado en algunas personas las cuales parecen
recrearse en su propia ignorancia. Por ejemplo el uso de la letra “h” al final
de casi cualquier palabra se puso de moda hace un par de años entre la
juventud, concretamente en la moda de las “tribus urbanas”. Como dice Álex
Grijelmo “Los intelectuales pierden peso
en la sociedad, y lo ganan los cantantes, los presentadores de televisión y los
hijos de los anteriores” (Capítulo I, p.24, párrafo 2, 5-7).
A continuación el autor nos hace un recorrido
histórico por la lengua española en sus orígenes y expansión, remarcando que la
lengua nace por y para el pueblo “El
lenguaje representa lo más democrático (…) hablamos como el pueblo ha querido
que hablemos (…) sin interferencias unilaterales de los poderes (…)”(Capítulo II, p.29, párrafo 5, 1-4).
Opino
que esto se sigue dando en parte en la lengua,
pues día tras día nacen nuevas palabras (aunque sean derivadas de
extranjerismos) y son las nuevas generaciones quienes emprenden esta “moda”
pero a su vez los medios de comunicación contaminan esto y nos acostumbran a
palabras o construcciones sintácticas erróneas. El libro está a favor de la
evolución de la lengua pero sujeta a unas normas, pues el autor manifiesta que
son los que están “arriba de la pirámide” quienes imponen sus propias normas
(Políticos, banqueros, periodistas…) y no el pueblo.
El capítulo llamado “Gramática y la gimnasia” ha calado bastante en mí, no sólo por la
excelente comparación que el autor hace, sino por la siguiente frase; “Quien escribe correctamente muestra que ha
disfrutado de una escolarización adecuada, que ha leído libros y tiene
ejercitada la mente” (Capítulo III, p.45, párrafo 3, 2-4).
Como “aspirante” a filóloga y amante de los libros
estoy completamente a favor a la teoría de Álex Grijelmo, quién compara la
lectura con la gimnasia y además dice que quién no la “ejercita” acabará
sintiéndose inferior y eso repercutirá en su vida diaria. Los responsables de
sembrar la semilla de la conciencia lingüística son los profesores según el
autor (y también según mi criterio), pues el mayor fallo está en obligar a
memorizar montones de reglas y estructuras desde que somos pequeños en lugar de
despertar curiosidad por el lenguaje. Siempre he pensado que el día que enseñe
idiomas (vocación que tengo desde pequeña) lo haré de forma amena y divertida
en lugar de esquemática y aburrida para evitar este tipo de fallos en la
enseñanza. Con esto Alex Grijelmo me ha
conquistado.
Si llegados a este
punto, mi inmersión en el libro y pasión por el mismo era casi total, la
hermosa comparación que el autor hace de la lengua con la música (mi otra gran
pasión después de las letras) ya termina de ganarme. Así el autor expone que,
al igual que la música necesita unas normas (solfeo) para formar armonía, la
lengua también las necesita para no “desafinar”.
El asunto de los clones del lenguaje
crea un poco de controversia en mí, puesto que a pesar de ver razón en las palabras
de Álex Grijelmo difiero bastante en su opinión. Él opina que la intrusión de
palabras extranjeras por los medios de comunicación, los llamados “clones”
(pues calcan la palabra original, pero con diferente significado al que debiera
tener en español) supone un desprecio para los hablantes monolingües del
español. Mi opinión es muy distinta puesto que veo esta “intrusión” como una
ampliación cultural, un enriquecimiento de la lengua que no deja de ampliar sus
horizontes, esto ocurre con el llamado Spanglish.
Creo que cualquier hablante monolingüe del español puede esforzarse por conocer
el significado de estas palabras e incluso adivinarlas por contexto. No
obstante es cierto que el significado original de la palabra se va
perdiendo y ello puede acarrear
confusiones, pero pienso que forma parte de la evolución de la lengua puesto
que todos hemos aceptado el uso de estos clones. ¿Podemos cambiar el
significado de las palabras que hicieron suyas nuestros antepasados? Mi
respuesta es sí, ya que si no es por la mezcla de culturas no tendríamos la
riqueza actual de vocabulario y seguiríamos hablando en latín vulgar.
Para el autor, todos estos “peligros”
mencionados atentan principalmente contra la unidad del idioma español. Pone de manifiesto las diferentes formas que
hay en España de decir la misma palabra (esto lo notamos día a día los
andaluces) puesto que cada comunidad autónoma tiene distintas influencias
históricas en su cultura. Esto traspasa el océano y llega a Hispanoamérica,
dónde existen infinidad de palabras desconocidas para un español pero no
obstante deducibles por su contenido y contexto. Opino igual que el escritor en
este aspecto, ya que he conocido a muchas personas de Latinoamérica y a pesar
de las diferencias entre palabras (que siempre me han parecido apasionantes)
nos entendemos a la perfección ya que no es difícil adivinar el significado de
“platicar”, “ahorita”, o mi favorita “voltear”.
Y tratando el tema de las influencias
históricas en la lengua, el autor nombra la “importación” de palabras como footing, film, meeting, casette…etc. Y critica la grafía de
estas al tener una pronunciación diferente a “tal y como se pronunciarían en español”.
Una vez más el autor critica la “intrusión” extranjera y opina que esto nos
viene en cierto modo “impuesto”: “(…) el
anglicismo nos llega no tanto como un neologismo necesario, sino mediante un
amaneramiento de las altas capas de la sociedad, reforzado una vez más por los
medios de comunicación, los políticos, los economistas (…)”(Capítulo IX, p.132, párrafo 2, 1-4).
Son los
neologismos, los cuales he defendido anteriormente, los que el autor considera
causados por un complejo de inferioridad. Cito textualmente: “(… ) Determinados hablantes del español
desean ser invadidos porque anida en ellos el desprecio inconsciente hacia su
propia cultura, no sólo la de su país sino toda la cultura hispana, a la que
consideran inferior y, por tanto, con la obligación de rendirse ante el resto del
mundo. Y el resto del mundo para ellos es Norteamérica.”(Capítulo IX, p.135, párrafo 2, 3-9).
Como ya he dicho
antes, mi opinión sobre las palabras extranjeras, adaptadas o no, es diferente
a la del autor del libro. Pienso que existe un gran porcentaje de
hispanohablantes (y más en estos días) que rehúsa de su nacionalidad, es ni más
ni menos que el sentimiento “anti-español” causado por la crisis económica
(curiosamente inexistente en el año que fue escrito este libro). Un caso
reciente, en los últimos se ha vuelto muy difícil conseguir plaza en el grado
de Estudios Ingleses en la Universidad de Sevilla. ¿A qué se debe esta reciente
ansia por aprender inglés? Tristemente, la mayoría de ellos no entra por amor a
la cultura inglesa, sino por aprender el idioma y/o ejercer una profesión en un
país angloparlante en el futuro. Pocos de éstos quedan al finalizar el grado.
Hace unos años, con el “Plan Antiguo”
los estudiantes de la antigua Filología Inglesa y Filología Hispánica eran
equiparables, ahora sin embargo hay un claro ascenso en la primera. Entonces,
si comparamos este ejemplo, entre otros muchos, nos hace pensar que Álex
Grijelmo lleva parte de razón, puesto que parece que muchos españoles desean
ser invadidos por el “País de las oportunidades” y rechazan la cultura española
(hábitos, estudios, comida, música… y por supuesto el idioma).
Por el otro lado, ya he puesto en
manifiesto mi amor por el mestizaje y la interculturalidad, aunque opino que no
debemos dar de lado nuestras raíces, pues España ha sido y será siempre nuestro
país natal, y tenemos la gran suerte de poseer una lengua llena de matices e
historia, no tan esquemática como la inglesa. No creo que la introducción de
neologismos provenientes de términos anglosajones en nuestra lengua sea un
desprecio o un sentimiento de inferioridad (a pesar de que ese sentimiento esté
extendido) sino una moda más, que enriquece el vocabulario y promueve el
aprendizaje de otro idioma, donde
antes había una palabra ahora hay dos, y es el ciudadano quien elige cuál de
ellas usar.
Para Álex Grijelmo, son los medios de
comunicación quienes están detrás de todo el problema, pues ellos difunden, y
el pueblo asimila. Hace una apelación a todos los hispanohablantes para
defender su lengua “con uñas y dientes”. Pero los medios de comunicación no son
los únicos quienes nos traen un “vocabulario nuevo”, sino también las cada día
más crecientes nuevas tecnologías.
Dice el autor: “Y aquí, en el mundo de la informática, el descuido se convierte en
saña. La incompetencia lingüística, el descuido de los profesionales de este
sector raya el analfabetismo” (Capítulo X, p.166, párrafo 2, 2-5).
Y bien es cierto lo que dice, pues
encuentro muchísimas incongruencias diarias en todos los aparatos tecnológicos
que me rodean, especialmente con el sistema operativo Microsoft Windows, y sin
ir más lejos con el programa Word. Aquí es donde le doy la completa razón al
escritor de la obra, pues cuando empecé a usar este tipo de programa
informático noté que, a pesar de estar en “castellano” no entendía nada. No
está bien adaptado al castellano, ni tampoco les interesa. Sin embargo para los
que conocemos bien la lengua inglesa, al cambiarlo de idioma parece que todo es
mucho más sencillo, y esto es lo que nuestro defensor del idioma español
critica, pues la primera vez que vi la palabra “chat” no la relacioné con “dialogar”, esto ocurrió años después, y
por no mencionar “plug-in” la cuál
sigo sin entender del todo. Lo más impactante de este tema es cómo elaboran los
creadores de estos programas los diccionarios en castellano. Denota machísimo e
incoherencia por todas partes, una vez más por falta de interés de quienes
están al mando.
Haciendo referencia a esto tenemos el
capítulo “La manipulación interna del español” donde de una forma directa nos
hace reflexionar sobre la capacidad que tiene el lenguaje para someter a una
persona de forma subliminal. Nos pone de ejemplo situaciones comunes, como
pedir un crédito, que nos provoca
subliminalmente la sensación de estar rogando algo, cuando realmente lo
compramos. Para el autor esto es una manipulación desde la “cúpula de la
sociedad”, quienes manipulan el idioma a su antojo. Incluso habla de cómo los
profesionales de la salud hacen uso erróneo del lenguaje para entorpecer la
comunicación en lugar de utilizar un lenguaje más llano y hacerlo lo más ameno
posible. No podría estar más de acuerdo con esto pues me ha hecho ver la
realidad que se esconde tras las palabras que, como dice Álex Grijelmo, son
armas de conocimiento y comunicación humanas.
En relación a este tema, podemos ver en
el capítulo “Los ajenos nombres propios” donde critica la forma en que se
cambian ciertos nombres propios, como es el caso de los países, para hacerlos
“más atractivos” por las agencias de viaje. Bajo mi punto de vista este tema
vuelve a suscitar polémica, pues si bien es cierto que, como dice el autor,
para un correcto entendimiento deberíamos trasladar los nombres propios
extranjeros a nuestra pronunciación y con nuestras propias reglas fonéticas,
para mí la traducción de nombres propios en ciertos casos no debería ser
posible. Por ejemplo “Queen Elisabeth”
creo que debería ser traducido como Reina Elisabeth y no Reina Isabel, o el
príncipe Guillermo de Cambridge en lugar de su verdadero nombre “William”, ¿Qué derecho tenemos a cambiarle el nombre a una
persona? No quisiera ver mi nombre con una grafía completamente diferente en
inglés. Pues nuestro Álex Grijelmo (¿o aquí deberíamos decir Alejandro
Grijelmo?) no opina igual, pues defiende que cada nombre propio extranjero
tenga su adaptación al castellano.
No es este el caso de los catalanes, nos
cuenta el autor, quienes tienen sus propios exónimos para referirse a ciudades
de España (a pesar de que Cataluña es una comunidad autónoma española más) pese
a que estas tengan un único nombre oficial y en castellano. Sin embargo, al
convivir diferentes “lenguas” dentro de nuestro país, están en su derecho de
adaptar estos nombres propios si así lo desean, aunque sólo es comprensible por
aquellos que hablen en catalán. Mi postura de “no traducir nombres propios”
aquí sigue vigente, aunque por supuesto esto debe ser decisión del pueblo y no
impuesto como el autor nos cuenta que pretende hacer la ONU. O como nos explica
más adelante en el Estado mejicano de Zacatecas, dónde el uso de cualquier
palabra “extranjera” en los comercios está penalizado por la ley. Esta postura
me parece muy extremista y cito al propio autor diciendo “Vayan las disputas políticas a las distintas formas de entender la
sociedad, que el idioma ha de salvaguardarse de ellas para que con su gramática
dialoguemos precisamente sobre nuestras diferencias en torno a la sociedad” (Capítulo XV, p.282, párrafo 2, 1-4).
A modo de conclusión podemos
reflexionar sobre la idea principal del libro y la cuál se ve reflejada en el
título: la defensa apasionada del idioma español. Podemos defenderlo, como dice
Álex Grijelmo, con uñas y dientes pero no podemos impedir toda la oleada de
cosmopolitismo que nos llega desde mediados del siglo XX. Y cada vez va a más,
puesto que aparecen nuevas generaciones bilingües por no hablar del torrente de
jóvenes que emigran a otro país en la actualidad. Dejando de lado esto, nunca
debemos olvidar nuestras raíces, nuestra lengua materna, lengua que nos une a
todos los que la compartimos dentro de los cinco continentes, la lengua de los
grandes poetas que inspiraron medio mundo.
La evolución y ampliación actual de
nuestro idioma para mí supone un avance cultural que trae consigo un tesoro
oculto, y éste es ni más ni menos que el acercamiento entre culturas. Lejos de
este arte, debemos rechazar a quienes intentan corromperlo imponiendo sus
normas o manipulando las palabras con el fin de confundirnos u otros intereses
económicos y políticos.
Este libro permanecerá en mi memoria,
pues me ha abierto los ojos y me ha hecho reflexionar para reafirmarme en mi
pasión por las letras. Sin duda los lectores de Defensa apasionada del idioma
español notarán despertar en su interior el ansia por redescubrir nuestra
lengua así como aprenderán también a amarla.
Para finalizar me quedo con una cita
perteneciente a las últimas líneas del libro “Ningún intento de enseñanza racista por vía de la lengua podrá frenar
la creciente tendencia del mundo al mestizaje. Y en ese nuevo escenario, el
español deberá de convivir como minoría en países de mayoría anglohablante… (…)
sin que ello signifique que renunciemos a ser quienes por fuerza somos.”
Así pues deberíamos hacer gala de toda
nuestra riqueza léxica que nos ha acompañado desde sus inicios la lengua
española.
Marina Martínez S-P
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